jueves, 7 de abril de 2011

La Vida de los Peces

Son las 3 am, estoy en una sala a oscuras y no en muy buena compañía, abro el portátil y miro la carpeta de películas. No sé que ver, algo entretenido. Me suena que esa película ha tenido buenas críticas, que incluso ganó un premio Goya y que su protagonista, Santiago Cabrera, perfecto ejemplo del vecino que todos querríamos tener, era uno de los Héroes de la serie. Me pongo los auriculares y le doy a play. Los primeros 7 minutos no entiendo nada, una conversación entre cuatro chilenos que deben tener más o menos mi edad, en un chileno perfecto, es decir, incomprensible. Pienso si habré escogido bien y dudo en dejar de verla pero la sonrisa de Santiago me hace permanecer pegado a la pantalla. Y poco a poco de forma ligera, suave, elegante, empiezo a entrar en esa fiesta de cumpleaños a la que el protagonista asiste después de 10 años de ausencia, a su reencuentro con sus amigos, con su doloroso pasado y con su único amor, una imperfectamente perfecta Blanca Lewin a la que ya había visto en En la cama.

Me voy sientiendo identificado con ese hombre que se marchó un día intentando huir de algo que le atormentaba y que dejó atrás algo que amaba creyendo que lo que estaba por venir era mucho mejor, buscando nuevas experiencias e intentando cumplir sueños de juventud. Con 33 años regresa a sus orígenes, con la madurez suficiente para saber que lo que dejó atrás probablemente fue lo mejor que pudo haber tenido y que la vida te hace abandonarlo para condenarte a sentir la frustración de ese abandono. Vemos la imagen que los demás, los que han continuado sus vidas, probablemente no elegidas, tienen de alguien que decidió viajar, buscar su lugar y que sin que ellos lo sepan se ha convertido en un solitario más, acomodado en un trabajo que parecía darle mucho y que ya no le llena, que le frustra enormemente y cuya soledad ha pasado de ser escogida a obligada. Andrés (Cabrera) aún sintiéndose ajeno a lo cotidiano de su vida pasada, se reencuentra con su primer y único amor, Beatriz (Lewin) y piensa en lo que pudo haber tenido con ella de no haberse marchado. La vida a veces ofrece segundas oportunidades, eso nos gusta pensar, pero no siempre.