viernes, 30 de abril de 2010

El Parque

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El chico que se sentaba en el parque...

...todos los días, al salir de trabajar a las 3 de la tarde en una editorial como corrector, caminaba lentamente hasta El Retiro. Siempre se sentaba en el mismo sitio, en una amplia zona plana con pequeños árboles y césped frondoso. Debía rondar los 34, empezaba a perder el pelo aunque se empeñaba en disimularlo, tenía cierta intuición para vestir a la última, con aire clásico sin parecer amanerado y nunca se quitaba unas enormes gafas de pasta. El chico que se sentaba en el parque, se apoyaba en un tronco que siempre estaba a la sombra, abría un libro y empezaba a leer a buen ritmo, ese había sido siempre su propósito hasta que se dió cuenta de que todos los días sobre las 4, coincidía con el chico que montaba en bicicleta. La primera vez que le vió fue a contraluz, viniendo hacia él, con gafas de sol y el iPod puesto, pensó en lo ridículo que se vería a si mismo con aquella equipación completa compuesta de casco, mallas, coderas y rodilleras. Desde aquel día esperaba con su libro abierto la hora en que aparecía el chico que montaba en bicicleta y lo miraba de reojo, intentando no ser descubierto, fingiéndose concentrado en sus textos aunque no era capaz de hilar dos palabras seguidas. Se sentía solo desde hacía mucho tiempo pero se autoconvencía a sí mismo de que el amor no estaba hecho para él, a cada pedalada que daba el otro, su cabeza no dejaba de pensar en lo hermoso que era, pero a continuación se censuraba a sí mismo, creyéndose realista, un chico con un cuerpo atlético como aquel, aparentemente más joven, con esa inquietud deportista como se iba a fijar en alguien con aspecto de no mover un músculo, enclenque, con incipiente barriga y de poco firmeza. Así que un día...


El chico que montaba en bicicleta...

... a sus 26 años aún estudiaba para ser maestro de educación física y por las noches trabajaba de camarero en un bar para sobrevivir. Era rubio, tenía los ojos azules y porte de príncipe de cuento. Se levantaba a las 12 del mediodía y antes de ir a clase agarraba su bicicleta y volando en ella iba hasta El Retiro, al llegar allí conectaba su iPod, en el que no destacaba precisamente su gusto musical, ponía un pie en el pedal y daba vueltas sin ton ni son, sin repetir nunca la misma ruta y sin fijarse en nadie a menos que estuviese a punto de atropellarlo. Se veía a si mismo mayor para seguir estudiando y pensaba que probablemente nunca iba a llegar a nada, estaba cansado del continuo coqueteo de sus clientes, a los que no les interesaba nada más que por su bragueta, pero no aspiraba a más. Aquel día no tenía ganas de subir cuestas, la noche anterior había sido especialmente dura y estaba algo cansado, así que se dirigió a la zona más llana del Retiro y de repente vió al chico que se sentaba en el parque, leyendo, con sus gafas de pasta y su inminente alopecia y no pudo evitar pedalear hacia él atrapado por el imán de la curiosidad. A partir de aquel momento, a diario repetía la misma ruta, desde detrás de sus gafas de sol lo observaba sin ser visto y se dió cuenta de que el chico que se sentaba en el parque le miraba de reojo, muy serio, como con aire de desprecio. Porque cómo se iba a fijar en él alguien con pinta de haber viajado, de saber siempre de qué hablar, con esa seguridad en si mismo. Qué podría contarle él que sólo leía por obligación, que sólo veía películas de acción y que siempre callaba por no meter la pata. Aún así, no podía dejar de pasar a su lado, quería saber como olía y quería oir su voz. Así que un día...


...el chico que se sentaba en el parque decidió cambiar de parque, no podía soportar la inseguridad que le provocaba aquella atracción por alguien más bello que él, que le hacía sentir tan pequeño, su orgullo no se podía permitir aquella debilidad y prefirió irse con el cuento a otra parte, en donde no hubiese ningún chico que montase en bicicleta que le hiciera pensar que siempre iba a estar solo.

...el chico que montaba en bicicleta además de enfundarse las mallas se infundió de valor y decidió saludar al chico que se sentaba en el parque aún a riesgo de quedarse mudo y sufrir el desprecio del otro. Pedaleó con fuerza pero cuando llegó a aquel tronco no había nadie. Miró a un lado y a otro y decidió sentarse en el mismo sitio, pero el chico que se sentaba en el parque no apareció, de hecho ningún día apareció y a partir de aquel momento el chico que montaba en bicicleta pasó a ser el chico que esperaba en el parque.

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