sábado, 24 de septiembre de 2011

La piel que habito

Hace ya más de una semana que vi la última película de Almodóvar. Tiempo más que prudencial para asentar una primera impresión que con los días se ha mantenido inamovible. Parece ser que por algún motivo que no comprendo al director manchego todo se le perdona. Si acierta todo son alabanzas y premios, si falla no es que nos encontremos ante una mala película, es que no somos capaces de entender el giro que le da a su carrera o somos ajenos a una sensibilidad sólo apta para privilegiados.

Yo era fan de Almodóvar, de su sentido del humor y de su drama, cuando el drama era real. Sus películas iban más allá de los convencionalismos sociales provocando emociones de todo tipo, sin dejar a nadie apático, o se le odiaba o se le amaba. Y esto es precisamente lo que me enfada de la última etapa de su cine, que me quedo igual que estaba, que lo que cuenta, supuestamente muy dramático, me da igual y que su capacidad para ensalzar con golpes de humor temas muy escabrosos y dolorosos se ha quedado en la nada.

La piel que habito sigue la estela de La mala educación o Los abrazos rotos. A Pedro no se le puede negar su genialidad estética que ha evolocionado desde sus principios, pasando del eclepticismo pop a la elegancia sin perder su sello. Pero las historias que nos cuenta, rocambolescas, con esa obsesión compulsiva por la transexualidad, la fusión de géneros, el amor imposible o la locura, no llegan a ninguna parte. Pocas veces un espectador se queda impasible ante un suicidio, una violación o el maltrato físico y psicológico pero con ésta película Almodóvar lo consigue.

A veces cuando uno sale del cine no entiende muy bien que es lo que le han querido contar, como en este caso se trata de todo un icono del cine, se le intenta justificar por todos los medios, a veces hasta te intentas autoconvencer de que te gusta los que has visto, pero con La piel que habito no hay manera. Pedro Almodóvar te podía contar que una monja se quedaba embarazada de un travesti con sida, que una ama de casa de las clases más bajas mataba a su marido con una pata de jamón y su crimen quedaba impune, que una mujer se hacía pasar por un fantasma para conseguir acercarse a su hija a la que había violado su padre y del que se había quedado embarazada, que una actriz porno después de sufrir un rapto se acababa enamorando de su secuestrador que la había violado y maltratado... pero el argumento de esta película no lleva a ninguna parte y es del todo imposible, por no decir que su esteticismo, de una belleza tremenda, no ayuda para nada a digerir el baturrillo que intenta contar. Los actores hacen lo que pueden, quizás es la película de Almodóvar en la que están más contenidos. Antonio Banderas y Elena Anaya están correctos y Marisa Paredes (me aventuro a predecir que será Goya a la mejor actriz de reparto en los próximos premios de la academia) por una vez deja la teatralidad a un lado y aparece terranal.

Tenía 14 años cuando vi Mujeres al borde de un ataque de nervios en el cine. Después de aquel golpe de aire fresco veía las películas de Almodóvar el mismo día de su estreno. Lejanos han quedado ya esos tiempos. Aún así, cuando llegue una nueva entrega de su cine seguiré esperando aquella sensación, aunque mucho me temo que ni Pedro es el mismo ni yo tampoco.

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